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Andrés Caicedo Estela a las afueras del teatro San Fernando de Cali. Foto: Eduardo 'La Rata' Carvajal.
Treinta y ocho años después del suicidio de
Andrés Caicedo Estela, este texto recuerda su influencia en el cineclubismo de
Cali, combinada con la historia del teatro San Fernando y los proyectores
Ballantyne que le dieron vida a los sueños del Grupo de Cali.
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El final de la película
Similar al hombrecito del cuento: Destinitos fatales, de
Andrés Caicedo, les sucedió a las niñas y niños que el viernes 8 de abril de
2005 miraban absortos la magia del cine animado que se dibujaba sobre la
pantalla del teatro San Fernando de Cali.
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Fachada del teatro San Fernando de Cali, ubicado en la Cra 34 # 4D-29 |
Pero no fue el Conde Drácula lo que vieron los pequeños, entre
incrédulos y aterrados, sino hombres del CTI, de rostro severo, que irrumpieron
en la sala y detuvieron la proyección para realizar el allanamiento que
confirmó que la película en exhibición era una copia DVD pirata.
Final inesperado del filme y el último día de cine en el teatro San
Fernando. Quebrantar la Ley 44 de 1993 o de Propiedad intelectual y
Derechos de autor solo adelantó su cierre, porque igual sus días
estaban contados.
Luis Herrera, líder espiritual de la Iglesia Cristiana Plenitud, había
pagado $500 millones de pesos por la edificación, con la idea de acondicionarla
como lugar de oración de su grey en aumento.
'Memorias de una cinesífilis'
Fue en el teatro San Fernando donde muchos jóvenes de la Cali de los 70
contrajeron cinesífilis. La cinesífilis del Cine
Club y la del Ojo al Cine de Andrés Caicedo y sus cómplices del Grupo de Cali.
Al ‘Sanfercho’ asistían: “intelectuales varios, hippies trasnochados,
teatreros escépticos, pandilleros saboteadores, marihuaneros incondicionales,
niñas de colegios bien, madres de familias desprevenidas o precoces adolescentes”,
lo atestiguan Luis Opina y Sandro Romero en el libro Ojo al cine.
Quizá fue sumergido en la oscuridad del San Fernando donde a Caicedo,
autor de ¡Que viva la música! (ColCultura, 1977) se le ocurrió alguna de sus
extraordinarias historias.
Como el primer cuento de Destinitos fatales, al que
hago referencia al inicio de esta historia y en el cual al final de un
“ciclo larguísimo de películas de vampiros” y tras quedarse sin espectadores,
al hombrecito del cineclub se le aparece el mismísimo Conde en persona.
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Ramiro Arbelaez, Andrés Caicedo y Luis Opina, en la sala de proyección
del teatro San Fernando, al fondo, los proyectores Ballantyne.
Foto: Eduardo 'La Rata' Carvajal |
De 1971 hasta mediados de 1977, el San Fernando fue la casa del Cine
Club de Cali. Allí, cada sábado, a las doce y media del día –en ocasiones a las
diez y media de la mañana o a la media noche– se celebraba el ritual con lo
mejor del Séptimo Arte.
Tiras perforadas de celuloide con filmes en 35 mm de: Ingmar
Bergman, Alfred Hichcock, Pier Paolo Pasolini, Arthur Penn, Luis Buñuel, Jerry
Lewis, Stanley Kubrick, Jean-Luc Godard, Sam Peckinpah, François Truffaut, Claude
Chabrol, entre otros directores, proyectaron los viejos Ballantyne SoundMaster
Vision del teatro.
Yesid Galindo, licenciado en Historia, indicó, mediante la
sistematización y análisis del archivo del Cine Club de Cali que, durante sus 6
años de duración, se realizaron 403 funciones, para un promedio de 48 películas
por año.
No obstante, muchos filmes se repitieron, así lo referencia Caicedo en
su columna: 'Las mejores películas de 1976: "Obras Maestras" mal
hechas', un balance que hizo con la colaboración del crítico español, Miguel
Marías.
En dicho texto dice que las obras que más repitieron en el Cine Club son:
Psicosis (Hitchcock) por 24 veces; Persona (Bergman) por 19; Don't Look Now
(Roeg) por 13; Viridiana (Buñuel) y Una Eva y dos Adanes (Wilder) por 12; El
Profesor Chifaldo (Lewis) por 11; Diario de una camarera (Buñuel) por 9 y El
Acorazado Potemkin (Eisenstein) por 8.
El promedio de asistencia a cada función de cine en el San Fernando fue
de quinientas personas.
El ‘Sanfercho’: del cine a la oración
Con la compra del teatro, muchos cinéfilos temieron que el pastor
Herrera lo desmantelara todo para hacer una gran bodega y así albergar a más
personas, tal como sucedió con otros teatros de Cali que se convirtieron en
iglesias.
Pero no, en gran parte. El aviso metálico con el nombre San
Fernando, empotrado sobre un costado del techo del teatro, luce mohoso
pero intacto. La fachada sigue igual, salvo el guardalocos de
la entrada que fue cerrado con rejas y, desapareció el puesto de los
comestibles del vestíbulo.
Las más de 810 sillas reclinables características de los años 50
cambiaron de color, del naranja original pasaron al azul y, las dos primeras
hileras de la sala principal y la última de platea, ya no existen.
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Así luce actualmente el teatro San Fernando de Cali, sede de la
Iglesia Cristiana Plenitud. |
La tarima la ampliaron unos metros; el telón fue plegado a la mitad;
cambiaron el piso de la sala principal; ampliaron el cuarto de proyección para
hacer un pequeño estudio de grabación y, los dos proyectores Ballantyne,
desarmados en parte, los guardaron en una húmeda bodega.
Para Rodrigo Vidal Medina, integrante del Cine Club de Cali, cinéfilo e
investigador de la historia de los cinemas y teatros de Cali, el San Fernando,
al parecer, fue construido a principios de la década del 50.
Cegado ya para la magia del cine, las funciones en el “Sanfercho” tienen
ahora como protagonista principal al pastor Herrera, un bonaverense que cada
fin de semana proyecta “la luz de la poderosa verdad de Jesús” a los más de 300
feligreses que acuden a su servicio.
El niño precoz que no tuvo ningún interés en llegar a viejo
La cinesífilis que Andrés Caicedo Estela (1951-1977) ayudó
a propagar, como agente transmisor, ya había presentado los primeros síntomas
en su niñez, cuando la cinematografía lo contagió en las largas horas que pasó
poniéndole el ojo.
Allí optó “por pasarse la vida en la oscuridad de las salas”, como años
después lo expresó en la revista Ojo al cine. Pero esa cinesífilis hizo
metástasis en Caicedo en 1969-1970, con la inauguración de su primer cineclub,
el del Teatro Experimental de Cali, TEC, de Enrique Buenaventura.
Transcurridos unos meses y luego de que se agotaran los pocos buenos
filmes de 16 mm que consiguió en la ciudad, Andrés decidió cambiar, primero de
nombre a: Cine Club de Cali, segundo, pasarse de formato: a 35 mm y tercero, de
sede: al teatro Alameda.
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Andrés Caicedo (centro) a las afueras del teatro San Fernando
Foto: Eduardo 'La Rata' Carvajal. |
Este primer intento fracasó, según Ramiro Arbeláez, –amigo del autor y
co-director, junto a Luis Ospina, del Cine Club de Cali– porque Andrés se
excedió en la proyección de películas western.
Su cinesífilis no tuvo límites. Inconforme con el
tiempo a la semana que pasaba en los teatros y cinemas, dedicó muchas horas
diarias a redactar críticas de muchas de las películas que vio.
“Pero si en la crítica existe un afán por la objetividad y la
pormenorización científica del análisis, en Andrés se filtraba continuamente la
visión particular de lo que una película le generaba, y su estilo era una
combinación permanente entre la erudición y la fascinación creadora”, escriben
Ospina y Romero.
El estilo narrativo de Caicedo (quizá influenciado en parte por las
críticas de García Márquez de El Espectador), no solo se limitaba a
analizar la “técnica” y la “estructura” de un filme, sino que iba más allá y
expresaba en sus textos lo que el filme le provocaba emocionalmente.
Su cinesífilis lo llevó a
verse un filme más de 7 veces y a escribir al respecto desde diferentes
enfoques, como el caso de The Searchers (Más corazón que odio, 1956), de John
Ford, del cual hizo por lo menos 2 extensas versiones.
Y es que Andrés se pensaba muy en serio el cine. En sus críticas analizó
las obras, desde lo más prominentes directores como Hitchcock, Bergman, Buñuel,
entre otros, hasta directores locales como Carlos Mayolo, Luis Ospina y Julio
Luzardo.
Hollywood: "la mentira"
Andrés Caicedo escribió por igual guiones. Con la ilusión de venderle el
de ‘Los amantes de Suzie Bloom’ a Roger Corman, director que
realizó en Hollywood más
de 50 filmes de serie B, viajó en 1973 a Estados Unidos.
“A la salida [de cine, escribe Andrés] me encontré, de sopetón, con
Roger Corman. Está un poco envejecido y gordo, aunque saludable, atento y
cordial. Sumiéndome en explicaciones inútiles le mostré mis guiones. El hombre
los hojeó, apuntó mi dirección, yo su teléfono (ha debido ser al revés) y los
metió dentro de un carpachón de cuero de cerdo, prometiéndome que los leería
(…) se despidió de mí, asegurándose de que lo visitaría en cuestión de tres
días. Ahhh, no creo que se tome el trabajo de leer mis guiones. Para qué
intentar nada”.
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Roger Corman |
Al no alcanzar su cometido, a su regresó a Cali expresa en varias
críticas su desdén hacia Hollywood:
“la mentira (…) la más cruel fábrica de sueños (…) la que todo lo perdona menos
el fracaso”.
“Hollywood asimila
toda la ‘trivia’ y la cultura cinematográfica que ahora está de moda y la
incorpora a su producción y alguna vez produce genio y basura por montones”,
escribió en ‘Hollywood desvestido’ (1977).
Todo lo que tenía no lo perdió en el cine
Andrés Caicedo escribió tanto de cine que, ‘mamando gallo’, dijo que de
publicase, el libro se llamaría: “Todo lo que tenía lo perdí en el cine”.
El grueso de sus críticas cinematográficas publicadas en diferentes
diarios de Cali y el país sí se editaron en un libro, pero con el título: Ojo
al cine (Norma, 1999) antología
realizada por Luis Ospina y Sandro Romero.
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Andrés Caicedo fue el principal promotor del Cine Club de Cali.
Foto: Eduardo 'La Rata' Carvajal. |
Pero más allá de su obra literaria, el legado en el cine y el
cineclubismo en Cali: la cinesífilis, que propició el hombrecito de
aire Lewisiano, cabello largo y
gruesas gafas, es innegable.
Con la fundación del Cine Club y la revista especializada Ojo al cine,
Andrés ayudó a consolidar un “auténtico auge del cineclubismo”, el cual
calificó como un “movimiento que se constituye ya en la única promesa tangible
para los que pretenden un acercamiento y comprensión mayor al fenómeno del
film”.
Algunos de esa generación de jóvenes ritualistas del Cine Club de Cali que
luego se hicieron realizadores, cineastas, críticos o profesores, se conocieron
como el Grupo de Cali o Caliwood.
El desenfocado pasado de Caliwood
Ramiro Arbeláez no está de acuerdo con el uso del término Caliwood para
referirse al Grupo de Cali porque, dice, obedece más a la alimentación de un
mito urbano que no corresponde a la realidad.
El argumento de Arbeláez es contundente: Caliwood hace
referencia a una fábrica de películas, como Hollywood. Y en Cali, en su mejores épocas: los 80,
ni se superó la realización de 10 filmes. Por eso lo más acertado, asegura, es referirse
a ese movimiento como el Grupo de Cali.
Nadie sabe con certeza quien acuñó el término. Hugo Suárez Fiat,
fundador de Caliwood Museo de la Cinematografía, afirma que rumores de tertulia
indican que al parecer la palabra Caliwood la mencionó por
primera vez un viejo distribuidor de cine de la ciudad.
El rumor dice que a comienzos de los años 80, algunos de los miembros
del Grupo de Cali que habían realizado un largometraje, visitaron a este viejo
distribuidor para que los ayudara con la comercialización y que él se negó y
les dijo, con ironía: “¿es que ustedes piensan que esto es Caliwood?”.
Y quizá fue este tercero, ajeno al Grupo de Cali, quien inventó la
palabra. Pero Luis Ospina discrepa:
“La versión de Hugo Suárez Fiat es errónea. Yo creo que el
nombre “Caliwood” quizá se lo inventó Sandro Romero en alguna
fiesta como un chiste, pues si existía un Bollywood (India)
tenía que haber un Caliwood. O quizá me lo inventé yo en otra
fiesta. O quizá fue una creación colectiva. Pero de lo que sí estoy seguro es
que ese término fue creado por alguien del Grupo de Cali y no por un extraño”.
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Barbet Schroeder visitó Cali en 1985, sobre su camiseta se lee 'Caliwood'.
Foto: Eduardo 'La Rata' Carvajal. |
De lo que hay certeza es que a mediados de los 80 el nombre Caliwood ya
era usado. Así lo demuestra una fotografía que Eduardo “La Rata” Carvajal le
realizó al cineasta Barbet Schroeder (La virgen de los sicarios) en su visita a
Cali en 1985.
En la fotografía, un Schroeder sonriente mira a través de una ventana y
estampado sobre su camiseta se lee: Caliwood. El diseño, según
Ospina, se lo ingenió Karen Lamassone, artista plástica del Grupo de Cali.
Actualmente, además del Museo de la Cinematografía, Caliwood se llama una canción del cantante caleño Junior Jein y,
una empresa de montaje y posproducción de cine, de Argentina.
Los aparatos de la ilusión no han muerto
Con la intención de aumentar su colección de viejos proyectores
cinematográficos, Suárez Fiat intentó en 2011 comprarle a Herrera los
dos Ballantyne Royal Sound Master, (modelo BW, de 110 voltios y probablemente de 1950), pero no lo
hizo porque, dice, el pastor le “pidió millonadas” por ellos.
Después supo que los antiguos proyectores habían sido vendidos por
partes. “Un verdadero crimen pues fueron los equipos que más usó Andrés Caicedo
en la época de su cineclub”, se lamentó Suárez Fiat.
Como si se negaran a desaparecer, los dos proyectores Ballantyne del
“Sanfercho” sobrevivieron, por lo menos lo principal: las cabezas de proyección
y las recámaras.
El resto: el pedestal y los demás soportes estructurales, la linterna o
diascopio, los reguladores de energía, el motor y la caja de sonido, quizá
fueron vendidos como chatarra.
En el anticuario El Pulguero Persa, de Cali, entre una máquina de coser
Singer de pedal y una nevera cincuentera de Coca-Cola, el Ballantyne que
mejor se conservó (aún tiene la lente) pasó muchos días, ya muerto para el cine,
a la espera de un comprador.
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Durante meses, el proyector Ballantyne SoundMaster Vision (centro),
permaneció en un anticuario de Cali. |
El otro Ballantyne, sin lente, acumuló polvo sobre un barril
de cerveza, en un rincón del segundo piso del anticuario, medio oculto por una
lámpara y rodeado de porcelanas y otros objetos. Finalmente, un día cualquiera ese
comprador apareció y los proyectores cogieron otro rumbo.
Como dijo Suarez Fiat: “un verdadero crimen” porque esos Ballantyne deberían preservasen como
piezas históricas de la cinematografía caleña y colombiana.
Henry Asseff, dueño del anticuario, dijo que adquirió los Ballantyne mediante trueque, a un tipo
que “arrimó a ofrecérselos” y agregó que no sabía con certeza si eran los
viejos proyectores del San Fernando, pero que sí había escuchado algo al
respecto.
Suarez Fiat dice que sí son, que él primero los vio “arrumados” en la
húmeda bodega del teatro San Fernando y que luego pasó a intentar comprárselos
a Asseff. “Y sí, esos son”, expuso enfático.
Junior, empleado del anticuario y quien “restauró” (lijó y pintó los
proyectores), narró que cuando llegaron estaban en peor estado: “mohosos y cubiertos
de una pintura blanca”, lo que corrobora la versión de Suarez Fiat.
El periplo de los Ballantyne
Antes de narrar el posible periplo que llevó a los proyectores
Ballantyne al San Fernando, primero debo referirme a su “creador”: Robert Scott
Ballantyne (1888-1978).
Ballantyne nació en Hartington, Nebraska, Estados Unidos e inició su
carrera en la industria del teatro en 1910, con 22 años, cuando comenzó a trabajar
en el Teatro Cristal, en Norfolk.
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Proyector Ballantyne y ejemplar del libro Ojo al cine. |
Pocos años después el joven Ballantyne ya era gerente de la sucursal del
teatro Mutual en Des Moines, Iowa, donde trabajó hasta 1918. Luego de pasar por
la gerencia de otros teatros, en diferentes ciudades, en 1931 Ballantyne
regresó a Omaha y en 1932 fundó: la Scott-Ballantyne Company, dedicada a la
fabricación de equipos de sonido y de aire acondicionado para teatros.
Observando el gran potencial del negocio del cine, Ballantyne amplió su
campo de acción e inició en 1938 la comercialización de proyectores
cinematográficos, bajo su nombre, pero fabricados por Largen Manufacturing
Company y por Wenzel Co.
En 1946, tras el “final” de la Segunda Guerra Mundial, la
Scott-Ballantyne Company experimentó un aumento del 300% en la producción de su
proyector Royal Sound Master, cuyas unidades para exportación alcanzaron la
cifra de 25%.
“Nuestro equipo probablemente habla en más idiomas diferentes y en más
países distintos que cualquier otro”, dijo Ballantyne respecto del éxito de su
proyector. De 1949 a 1950, vendieron 150 mil proyectores Sound Master.
Y es a mediados de los 50 o inicios de los 60, cuando se presume que en
el teatro San Fernando se proyectó el primer filme al público caleño.
Y si bien es casi improbable precisar la ruta exacta que siguieron los Ballantyne hasta el “Sanfercho”, lo más
probable es que su periplo de meses incluyera: Nueva York, Panamá y
Buenaventura, para desde allí descender (quizá en tren) hasta la Sucursal del
Cielo:
Cali, donde años después, los proyectores deslumbrarían con su calidad
de sonido e imagen a los jóvenes liderados por Andrés Caicedo, quien cansado del
horror de la noche que lo habitaba dentro,
decidió apagar el proyector de su corta y prolífica vida, en un día como hoy (4
de marzo de 1977), con 60 pastillas de Seconal.
@adolfoflorezg